jueves, 24 de octubre de 2013

a d i m e n c i o n a l




diluida
a través de las paredes
                       disuelta
                       en ella
                       entre      y     sobre otros
                       espeluznada              aún        
                       desde     quién         sabe 
                                    cuándo
contempla en esta repetitiva función
el comer a color de los grávidos
y el beber exánime de su propia masa borrosa
                                      que cae envenenada
                                      sobre otros difuminados pies
                                      de         quién           sabe
                                                 quién
                                               quedarse 
                                             con la cara del culpable
                                           intenta
                                         quedarse con su cara
                                        y no

sin descanso
la escena se repite lenta y sin descanso
la escena se repite sin descanso
lenta se repite la escena
                          todos los días
                          viejo final sin descanso


dibujo: Jorge Coco Serrano

sábado, 19 de octubre de 2013

h u e l e s .a. .o t r a. é p o c a



pies en sal
        espuma cana
              estalactitas
             que van a caer
             para quebrar luz y corona




                                                                                                
el hijo de dios llega a la orilla del hombre
su cuero se mezcla
entre corales de cieno 
y arrecifes de espinas

          esta vez
no  hay vino varón
ni   beatas buchonas
ni   ángeles degenerados
ni   padre amanerado
ni   media madre discreta

                     en esta arena
                     el único animal que sobreviviría 
                     es el silencio

                     hace siglos el reloj se escapó del tiempo

hueles a otra época
carnazas 
como cuando te peinaban 
                       de izquierda 
                                 a derecha 
                                 antes de ir a misa




iba a escribir de amor 
y el personaje ha muerto


hueles a otra época



dibujo: Jorge Coco Serrano

viernes, 18 de octubre de 2013

m e m e n t o . m o r i







peladas   las   gallinas
              c u e l g a n   tibias   de
              a
              b
              e
              z
              a

conversan sus picos
                 entre el tablón
                       y el machete

aún de memoria
suenan plumas en el suelo

aún de memoria 
embriones no nacidos
prefieren ser yemas 
                   en plato de niño

y aquí
en esta tiesa cama de hospital
otros han dormido también

en este perdido bostezo  de naipe
                                       se caen
                                       todos de la foto

monotonía de radio
y el sonido de este frío
que no sé catalogarlo



foto: Jorge Coco Serrano  

jueves, 10 de octubre de 2013

h a l u r o de p l a t a . poética b&n .


desollar
la sombra
hasta 
el albo 
más 
profundo 






h u n o s

c u a n t o s

b r u n o s

h u y e n

c o n    e l
    
h u m o

d e    u n a
    
c a j a    ó s e a

q u e
   
 i n c e n d i a
   
s u    f o s c o

a l     f o n d o

d e l    m a r 



 


se 
expande
el que 
desaparece

suenan
sus cenizas
para poder
ubicarse 





descarrilado el blanco y negro 
da color a lo invisible
       a l g o   volatiliza                                  
lo   a l b o   
                 del gris

foto: Jorge Coco Serrano  


lunes, 7 de octubre de 2013

a m o r de p a d r e




 Madrid. Barrio de Lavapiés.

Soy ladrón. No crean que soy un vulgar ladronzuelo, de eso nada, soy un señor, todo un caballero experimentado, un verdadero profesional en el exquisito acto de robar. Soy ladrón por convicción, por herencia, por placer, por deporte, por pura adrenalina. Yo no creo en la suerte. Los expertos, como yo, solo creemos en el fino movimiento de los dedos en bolsos y bolsillos ajenos. Así debí continuar; impecable, desapercibido, casi fantasmal. Pero no, tenía que fijarme en las zapatillas nuevas del turista que dormía en la plaza de Lavapiés.

Ahora corro. Corro como un desgraciado a velocidades extremas. Corro con la precisión que solo te pueden dar unas zapatillas nuevas. Corro, como un ordinario carterista de esquina, que esquiva y destroza todo lo que se anteponga a su ruta de escape. Atrás de mí, corre descalzo el turista y dos fornidos policías.   

Nunca pensé que llegaría este momento. Tantos años de perfección, de dedicación exhaustiva. No entiendo porqué, ni cómo brotó esta ordinaria actitud, incomprensible para un meticuloso estratega. He violado mi ley. He fallado, no me lo perdono, ni me van a perdonar.

Pienso en mi padre. Qué diría si me viese correr como una espantadiza gacela. Titubeo. Alguien me hace tropezar, no quiero saber quién es, ni quiero que vean mi cara aplastada en la vereda. He perdido. Bajo la cabeza, cierro los ojos. Me someten, me esposan. El exhausto turista que venía persiguiéndome, me observa paralizado. Al parecer le doy lástima y explica a los policías que me regala las zapatillas, que todo fue un error, un mal entendido, para luego marcharse descalzo, muy tranquilo, silbando, así como si nada.

Uno de los policías, aún extenuado por la persecución, atiza mi rostro con furia, y de un violento empujón, me lanza dentro del patrullero.“Atleta, así te quiero ver correr en la celda cuando te ponga con el escuálido”, añade el conductor del patrullero. Los otros policías, aún cansados, se mofan, como lo hacía mi padre, cuando me ordenaba que le compre cerveza y no me daba dinero.

Una jaula oscura me enmarca en su foto. Huele a cemento húmedo de alguna perrera abandonada. Tiemblo, el pavor crece en mí. Soy un mar de náuseas que va a reventar. Tímido vomito mansamente todo mi pan de mala vida. Tengo espanto de novel en esta sucursal del averno.

Un hombre escuálido contempla mis zapatillas desde su esquina de la celda. Es largo su aliento a jabalí y su único ojo envenenado multiplica la sombra en esta profunda tiniebla. Puedo sentir su brutal hostilidad y su hedor a cadáver irreverente. Un silencio prolongado empuja mi pánico hacia él. “Tengo sed”, exclama el escuálido. No distingo su nariz de su boca, pero sé que está ahí, muy cerca, con todo su halo de mala suerte. “Te voy a follar, luego te mataré”, sentencia, mientras se regodea entre sus ropas.

Con un veloz movimiento me sorprende por la espalda. Se baja los calzoncillos, se menea el pene, pasa su lengua por mi oreja y de un mordisco arranca un trozo de mis labios. Al parecer, no le da asco mi vómito, mas bien creo que estimula su demencia al beber de mi boca. Yo le dejo, tengo todos los miedos reunidos en este reguero de sangre. 

Pienso inmóvil con su boca en mi boca. ¿Qué haría mi padre en estas circunstancias? Recuerdo mis domingos de infancia cuando íbamos a visitarle a la cárcel. Siempre nos recibía con un golpe nuevo en su cara. A mí jamás me gustó la violencia. De niño juré que nunca golpearía a nadie, por eso mi padre siempre decía que no era su hijo, que era muy tímido, un frágil sin sangre, un maricón sin personalidad, que a lo mucho podría llegar a ser párroco de barrio o peluquero amanerado de algún suburbio miserable. Un día me hizo pelear con un niño más grande. Recuerdo que el niño me golpeaba sin cesar, y yo ahí, de pie, paralizado, hasta que mi padre dejó de reír para gritarme: “Devuélvele los golpes, sino, no regreses a casa”, y así fue, nunca volví a ver a mi madre. 

Trato de calmar al escuálido, pero no se despega de mi lengua. Una y otra vez frota su sexo por donde puede. Mientras limpio mis despedazados labios de su putrefacta saliva, crujo los huesos de mi cuello. El escuálido deja de besarme y enfurecido se arroja intrigado a mi oreja,“¿Acaso no me temes maricón?”, me intimida, entre tanto, una de sus manos estruja mis testículos.   

Pienso en mi padre y en los golpes que a diario le encajaba a mi madre. “Me llamo Marcos”, le digo al escuálido.“Ya no eres Marcos, desde hoy eres mi mujer”, responde excitado. De un golpe pega mi cara a la pared, me baja el pantalón, e intenta penetrarme como puede. Estoy en blanco, este segundo es eterno. Pienso en mi madre y en su cara desfigurada de tanto padre. La respiración atrofiada del escuálido trae a mi memoria una descarga de recuerdos, indignos hasta para un perro callejero. Inspiro, aspiro, cuento hasta tres, pero no puedo más con esta deshonra, que me lleva a convertir en un bestia sin límites, que revienta a puñetazos todo lo que se mueve en esta degenerada penumbra.

Golpe tras golpe borro los años de mis manos. Patada tras patada cicatrizo mis heridas. Un golpe en la sien por sus besos, otro en la tráquea por haberme hecho sentir una insignificante niña, otro despiadado porrazo hasta hundir su nariz en sus cejas, y otro brutal puntapié por recordarme a mi pobre madre. Puedo sentir como mezclo un coctel en su cráneo. Su podrida sangre me alumbra, y por fin puedo ver lo que resta del escuálido. Es mi padre. Es un cerdo con rabia encogido como un feto. Es mi padre; una rata con barba que muere mientras muerde.

Qué vergüenza, he masacrado a mi padre. En un desangrado silencio, balbucea: “Gracias, gracias hijo”. Sus gestos fermentados se desinflan, se diluyen, quién sabe a qué infierno. 

Lo he matado, sonrío, tengo miedo, lloro, me desplomo. Pienso en mi madre.